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Silencio de la familia

FRANCISCO MASSÓ.- Psicólogo

La vuelta al cole es un hito en la vida cotidiana, la renovación del esfuerzo educador que, formalmente, hace la familia a favor de sus vástagos. Pudiera parecer que pagando libros, uniformes y docencia, ya habríamos cumplido. Sin embargo, educar es un compromiso continuo, mucho más profundo, que los padres contraen con sus hijos, desde antes incluso de su nacimiento.

El Estado, siempre entrometido, va copando parcelas y competencias docentes, arrinconando a la familia como agente educador y usurpando su función, sin sustituirla realmente. En consecuencia, hoy no educa nadie, porque no puede, no quiere, o no le dejan.

Gran mayoría de los profesores prefieren ser meros transmisores de conocimiento. Tal actitud se debe, no sólo a voluntad propia del profesorado, que también, sino para evitar el riesgo de ser represaliados, o por carecer de atribuciones claras y, sobre todo, tras ver discutida y mermada su autoridad.

Desgraciadamente, el poder en el aula, desde Primaria a la Universidad, está repartido entre el educando (¡!), el APA, el Claustro, la Dirección del Centro, e intervenido siempre por la Inspección, en gran parte integrada por comisarios políticos. En ese estado crónico de excepción queda la libertad de enseñanza; la educación, a última hora, termina por confundirse con adoctrinamiento ideológico, la catequesis socialista.

Los padres, por múltiples explicaciones, ninguna justificativa, han hecho dejación de su responsabilidad, abandonando el papel educador, o entorpeciéndolo, si algún profesor se atreve a asumir alguna función asimilable a la de educar.

Recientemente, coincidí en el ascensor del hotel donde me hospedaba, con una familia, cuya única hija aparentaba nueve o diez años. Al entrar al ascensor, la hija pisó al padre. Éste protestó diciendo –me acabas de pisar- y la hija respondió –pues te aguantas- sin que el padre, ni la madre, también presente, pusiera objeción alguna a la falta de empatía y sobra de desconsideración de la hija con el padre.

En ese caso, el silencio de los padres los hizo cómplices de la mala educación de su hija. El padre se quedó en víctima, con su dolor físico y la humillación derivada del desprecio que la hija mostraba hacia las consecuencias de su propia torpeza. La madre se mantuvo en rol de espectadora: no era su pie el dolorido y tampoco era suya la oportunidad de educar a su hija. Ésta, por tanto, se quedó campando, ufana y crecida tras su tarascada.

Una anécdota no establece categoría. Es cierto. Pero representa un modelo, un estilo de la sociedad que constituimos.

Educar – e-ducere- consiste en extraer de dentro a afuera, sacarle partido a la capacidad potencial del educando.

Los griegos creían que la estatua preexistía en el interior del bloque de mármol que trabajaba el escultor; éste debía ir a buscarla, hasta que emergiera con toda su belleza. De esa creencia nació la mayéutica socrática, el arte de educar preguntando, haciendo que el educando llegue por sí mismo al conocimiento, dando respuesta a las preguntas que le plantea el maestro.

Evidentemente, la mayéutica requiere diálogo, mirarse a los ojos, que es más que verse, escucharse, que es más que oírse, acercarse, que es más que estar juntos y comprenderse, que viene a ser como ver el mundo también desde los ojos del interlocutor, sin menoscabo de la apreciación personal.

Hoy, el silencio de la familia está bombardeado por un bullicio ensordecedor de estímulos de toda índole: tras el horario escolar, vienen las actividades extraescolares; se suceden clases de ballet, de yudo, de música, de teatro, de…, de…, que reducen el tiempo que los niños permanecen en el domicilio, mientras dan lugar a que los padres concluyan sus respectivas jornadas laborales, asistan al gimnasio, o a su sesión de orientación, léase coaching en argot.

Cuando ya no hay más remedio, la casa se va habitando. El primero que llega –a veces, el hijo más pequeño- enciende el televisor, o bien otro se enfrasca en su ordenador, o bien el púber retumba con la música de percusión de moda. Quien depende del fútbol, quien de los Simpsons, quien de las tertulias de cotilleo. Vale cualquier cachivache y cualquier motivo que garantice la enajenación, meta ruido, detenga el pensamiento, imposibilite las emociones y haga enmudecer al personal.

Los padres llegan demasiado cansados por su trabajo, hartos de la circulación y ahítos de tensión. Por consiguiente, no quieren tener más problemas, ni conflictos y acceden a cualquier eventualidad que emerja.

La palabra familia proviene de famulus, el que sirve. El nombre estaba bien puesto, a tenor de la trayectoria histórica de la institución: primero, los padres servían a sus hijos, durante su desarrollo, suministrándoles sustento, cariño, guía, educación y modelo de referencia; luego, los hijos servían a los padres, durante su vejez, acompañándolos y prestándoles la ayuda que necesitaran. Quizá había ayuda mutua durante toda la existencia, o servicios recíprocos.

Educar es un servicio que el educador presta al educando, desde luego. Para ello, todo educador ha de partir de una propuesta; por tanto, tendrá límites que habrá que respetar. Ha de seguir un método; si elige la mayéutica en el seno de la familia, estará dispuesto a un diálogo crítico continuo. Ha de contar con evaluación constante, un proceso de retroalimentación que refrende el logro y corrija el desvío hacia el fracaso; ello exige el control que otorga la cercanía y la atención amorosa, sin acosos acezantes, ni abandonos displicentes. Es bueno que haya premios, no materiales, ante el éxito y que los castigos sean integrativos y no punitivos, tras el fracaso.

Cuando sea preciso, habrá que frustrar el narcisismo de educando y ayudarle a ordenar su sentido hedonista. Si el educador, para evitarse complicaciones, renuncia a usar la frustración como herramienta educadora, sólo conseguirá ganar un niño verdugo, un adolescente indómito y un ciudadano, posiblemente inservible, tanto para sí mismo, como para la sociedad.

Educar, sobre todo, consiste en orientar las energías del educando, fijarle expectativas de desarrollo, establecer metas que alienten su motivación y proceso autopoyético.

Fuente: Periódico Liberal

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