Cómo cuidar tu autoestima sin volverte loca en el intento
Hay días en los que todo parece torcerse. Te sueltan una crítica en el trabajo, discutes en casa, o lees un comentario en redes que te deja tocada. Y sin darte cuenta, empiezas a repetirte cosas feas: “No valgo”, “Siempre meto la pata”. Ese diálogo interno se vuelve una especie de eco que te desgasta por dentro.
Yo he estado ahí. Muchas veces. Y lo que me ha ayudado a salir de ese bucle no ha sido una fórmula mágica, sino entender cómo funcionan esas voces internas que todos tenemos. El Análisis Transaccional me ha ayudado mucho. Si no sabes de AT, te explico de forma sencilla el proceso: dentro de nosotros hay partes que cuidan, otras que critican, y otras que solo quieren jugar o llorar. Aprender a reconocerlas y darles su lugar puede marcar la diferencia.
Aquí te dejo tres cosas que me han servido para no perderme en ese ruido mental y reconectar conmigo:
1. Mirar lo bueno sin hacerlo pasteloso
No sé tú, pero yo tengo una facilidad tremenda para quedarme enganchada a lo que salió mal. Me pueden decir diez cosas bonitas y una sola crítica, y adivina cuál se queda dando vueltas en mi cabeza. No es que sea masoquista, es que parece ser que el cerebro está programado para detectar peligros… aunque ya no vivamos en la selva, él sigue allí.
Así que toca hacer un esfuerzo consciente para mirar lo que sí funciona o es bueno para ti. No hablo de fingir alegría ni de repetir frases de autoayuda. Hablo de notar el café que te sabe de maravilla, apreciar el mensaje inesperado de alguien que te recuerda, celebrar el momento en que lograste terminar algo que te costaba. Son detalles, sí, pero suman y generan bienestar.
Cuando me permito disfrutar esos momentos, siento que algo dentro de mí —una parte más amable— me dice: “Estás bien, no tienes que demostrar nada”. Y eso, poco a poco, se van suavizando mis emociones.
2. Apagar el incendio antes de que te consuma
El estrés no avisa. De repente estás con el pecho apretado, la mandíbula tensa y la cabeza llena de pensamientos que no paran. A veces basta con una mirada rara o un correo que no esperabas, y ya estás en modo alerta.
Ahí es donde intento activar mi parte más adulta. Me digo: “No estás en peligro, respira”. Me ayuda caminar un rato, estirarme, o imaginarme en la playa donde iba de niña. También me sirve hablar con alguien que sé que nunca me juzga, que simplemente está ahí para mí.
Porque cuando me siento cuidada, esa parte mía que se pone nerviosa —mi “niña interna”— se calma. Y todo se ve menos dramático.
3. Saber hacia dónde vas (aunque sea a pasitos)
La autoestima no se construye solo con calma. También necesita dirección. Si no sé dónde voy, no sabré cómo llegar. Saber qué quieres, aunque sea algo pequeño, te da una especie de brújula interna.
Por ejemplo, cuando decidí cuidar más mi salud, al principio lo hice desde la culpa. Me castigaba por no hacer ejercicio, por comer mal… y claro, no funcionaba. Pero cuando cambié el enfoque y me pregunté “¿Qué me hace sentir bien hoy?”, todo cambió. Empecé a caminar sin presión, a cocinar con cariño, a descansar sin culpa.
Y ahí entendí que cuando conecto con mi parte creativa y libre —esa que sueña y se ilusiona— y la acompaño con mi parte adulta —la que organiza y cuida—, aparece una fuerza tranquila. No es perfección, es coherencia.
En resumen
Mirar lo bueno es darte permiso para disfrutar todo lo posible.
Apagar los fuegos es aprender a calmarte antes de que el estrés te arrastre.
Tener dirección es elegir con conciencia lo que quieres, sin exigencias absurdas.
No se trata de negar lo difícil ni de fingir que todo está bien. Se trata de escuchar tus voces internas, darles espacio, y decidir desde el cuidado y no desde el miedo.
Porque mejorar la autoestima no es un truco ni una frase bonita. Es un trabajo diario. Y cuanto más lo practicas, más fácil es sentir que sí, que mereces estar bien y ocupar tu lugar en el mundo sin pedir permiso.