Atcomunicación

Castigo del triunfo

El Castigo del Triunfo

Carmen llegó tarde a la cena familiar. Había estado en la oficina hasta las nueve, cerrando los números del trimestre que acababa de romper todos los récords de la división. Cuarenta personas bajo su responsabilidad, tres proyectos internacionales en marcha, y un reconocimiento de la matriz que llegaría el lunes en forma de carta oficial.

Se sentó a la mesa con las manos aún manchadas de la tinta del contrato que había firmado esa tarde. Un contrato que significaba estabilidad para su equipo durante los próximos dos años.

—Perdón por el retraso —dijo mientras se servía algo de la fuente que ya estaba tibia.

Su madre la miró con esa sonrisa que no llegaba a los ojos.

—Bueno, ya nos hemos acostumbrado. Carmen siempre llega cuando puede.

El comentario flotó sobre la mesa como humo, esparciendo su acidez con la misma naturalidad con que se pasa la sal. Carmen masticó despacio, sintiendo cómo algo se endurecía en su estómago.

—He tenido un día increíble —dijo, y su propia voz le sonó extraña, como si viniera de muy lejos—. Hemos cerrado el mayor contrato de la historia de la empresa.

Lo normal.

—¿Y lo mejor para mí es ser menos de lo que soy?

Carmen se levantó de la mesa. Se quedó de pie un momento, sintiendo cómo la habitación se hacía más pequeña a su alrededor. Como si las paredes se acercaran para recordarle cuál era su lugar.

—Me he pasado toda la vida creyendo que tenía que elegir entre ser exitosa o ser querida. Pero hoy he entendido que el problema no es mi éxito. El problema es que vivimos en un mundo que necesita que las mujeres nos sintamos culpables por brillar.

El éxito no la había cambiado. La había revelado.

Y eso, entendió mientras las luces de la ciudad se desplegaban ante ella, no era algo de lo que tuviera que arrepentirse.

Era algo que había que celebrar.

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