En español tenemos una sola palabra para designar el estar solo o sentirse solo, incluso si hay compañía, soledad. Y en general, la soledad se asocia con algo negativo. En inglés existen dos palabras diferentes “solitude” y “loneliness”, la primera describe la soledad física y alude a un tiempo para la reflexión, para la melancolía o para la creación y tiende a ser positiva, incluso necesaria, al contrario que la segunda, que es una emoción negativa de vacío, de abandono o sufrimiento por estar solo. Creo que sería bueno que tuviéramos una palabra en castellano que se identifique con el concepto inglés de solitude, con el que podamos expresar el valor y las posibilidades positivas que ofrece el estar solo.
Seguramente la soledad tiene tan mala prensa porque para mucha gente quedarse a solas con sus pensamientos puede ser una tortura. Sobre todo si es en mitad de la noche y no pueden conciliar el sueño, donde la culpa, la inseguridad y la ansiedad les impulsan a levantarse y hacer algo, cualquier cosa, preferible a soportar la agitación de la mente inquieta como única compañía. La luz del día, con las múltiples tareas mundanas y las interacciones con otros, les permitirán enterrar o enviar sus diálogos internos y emociones negativas a sus cuevas. Pero no es fácil esconderlos, pueden volver a emerger siempre que no haya distracciones externas que ocupen su mente. Afortunadamente, en estos tiempos de redes sociales, encontrarán con facilidad algo que hacer.
Debe ser por esto que hay gente que prefiere recibir una descarga eléctrica antes que enfrentarse a la única compañía de sus pensamientos o diálogos internos. Aparentemente no tiene sentido, ¿verdad?
Pues esto fue lo que descubrió el equipo de investigadores de las universidades de Harvard y Virginia y dirigido por el psicólogo Timothy Wilson en el 2014 mediante una serie de experimentos conductuales.
Los participantes, en su mayoría estudiantes universitarios, y también adultos reclutados en una iglesia y en un mercado de agricultores, recibieron instrucciones pasar una cantidad de tiempo (de 5 a 15 minutos) “entreteniéndose con sus pensamientos” en una habitación sin otra cosa que hacer. A la mayoría no les gustó la experiencia y además les resultó difícil concentrarse. Incluso cuando el experimento lo hicieron en sus casas, fuera de la fría sala de experimentos.
En este punto, los investigadores comenzaron a preguntarse: ¿tener algo que hacer es mejor que nada? Y, esto les llevó a que los participantes tuvieran la posibilidad elegir entre no hacer nada o provocarse una descarga eléctrica presionando un botón. Así pues, los situaron de nuevo sentados en una habitación, sin nada que hacer durante 15 minutos y, como única opción distractora, la posibilidad de autolesionarse presionando un botón, conscientes de que les daría una pequeña descarga eléctrica, pequeña, pero desagradable. El resultado sorprendente es que lo presionaron 12 de cada 18 hombres y 6 de cada 24 mujeres (el 67% de los varones y el 25% de las mujeres eligió la descarga). Todas estas personas se dieran una descarga eléctrica intencionalmente!.
Lo más curioso del asunto es que todos habían probado las descargas eléctricas antes de entrar en la habitación a enfrentarse a su mundo interno, y las habían calificado como desagradables, tanto que habían afirmado que hubieran estado dispuestos a pagar cierta cantidad de dinero antes que recibirlas. Sin embargo, contrariamente a lo expresado, en más casos de lo esperado, les fue más aversivo su diálogo interno que las desagradables descargas.
En resumen, por un lado, la mayoría de los participantes no disfrutaban estando durante un periodo de tiempo de 6 a 15 minutos en una habitación solos, en la que solo tendrían que estar sin nada que hacer, nada más que pensar o acompañar a su mente. Y por otro lado, para una gran parte de ellos, la dificultad para estar cómodos consigo mismo fue tal, que cuando tuvieron la posibilidad de tener un distractor como opción, prefirieron “hacer algo”, algo tan molesto como presionar un botón para recibir una descarga eléctrica.
El director de los experimentos, Timothy Wilson, concluyó: “A la mente no instruida no le gusta estar sola”.