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Aristóteles y Análisis Transaccional para educar

Aristóteles y Análisis Transaccional para educar

Aquello que nos desagrada del otro, es lo que no nos gusta de nosotros mismos, en psicología se denomina , efecto espejo. Rechazamos en los otros lo que no nos gusta de nosotros mismos y hemos enterrado bajo el dolor y la vergüenza.

Decía Cicerón que “Cuanto más virtuoso el hombre, menos acusa de vicios a los demás”. Entendía Cicerón por virtud la honestidad, que dividía en cuatro partes: la justicia, la sabiduría, la fortaleza y la templanza. La virtud del conocimiento lo pone en segundo plano respecto a la acción, en la cual se manifiesta, en cambio, plenamente la virtud. Concreta que lo útil puede no coincidir con lo honesto y debe siempre subordinarse a ello. Lo útil que persigue en cambio interés particulares es fruto de malicia.

Quizás por llevados por intereses particulares y no por honestidad, rechazamos nuestras vulnerabilidades porque no aceptamos la dualidad de la que todos participamos. Rechazamos partes de nuestra naturaleza (Niño) y sus mensajes y seguimos patrones de pensamientos rígidos y estereotipados (Padre) proyectando lo negado en el otro.

“Los defectos de un hombre se adecuan siempre a su tipo de mente. Observa sus defectos y conocerás sus virtudes” La manera en que pensamos o nos sentimos va a condicionar nuestra percepción sobre los defectos de los demás. Diferentes perspectivas o sentimientos van a apuntar hacia el defecto o la virtud de un comportamiento. No es la escena sino el juicio que se hace de ella la que la define.

Si partimos de que esto es así, como padres o educadores, tenemos una responsabilidad fundamental en reflejar la mejor versión de nosotros mismos, si queremos conseguir la mejor educación en el otro. Para ello, se supone que nos hemos educado correctamente y que podemos ofrecer esa mejor versión. ¿Y que es estar educado correctamente?

Muchos de nosotros, sobre todo los que ya peinamos canas, hemos sido educados desde creencias, hoy consideradas nefastas, como “la letra con sangre entra”, “el que bien te quiere te hará llorar” o “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”.

La dureza, el sufrimiento, el dedo acusador, el castigo y la descalificación eran consideradas prácticas necesarias para educar o conseguir en el otro el comportamiento adecuado. Señalar el defecto era considerado el camino para alcanzar la virtud, por la vía del miedo, sin tener en cuenta la justicia, la sabiduría, la fortaleza y la templanza de la acción que aconsejaba Cicerón;.

El miedo, como han demostrado los actuales estudios de neurociencia, al activar la amígdala, impide funcionar adecuadamente a las áreas frontales de nuestra corteza cerebral que es la encargada de los procesos cognitivos y reflexivos, lo que nos aleja de poder decidir y actuar de la mejor manera. No nos lleva, por tanto, a la virtud, sólo nos inunda de ansiedad.

Haciendo una metáfora podríamos decir que los métodos educativos tradicionales pretendían mostrar como curar la herida, señalandola y haciéndola más profunda. Esta metodología también se observa cuando gritamos al niño para que aprenda a callar. Todo ello fuera de toda lógica, pero que asegura el vaciado emocional del educador sobre el educando, quizá era útil como vía de expulsión de la ansiedad interna para el primero, a costa del daño inevitable para el segundo.

 Así pues, si aprender es adquirir conocimientos válidos y convenientes para la vida, el dedo debería señalar hacia el fin correcto, hacia la virtud. Estas creencias pasadas siguen vigentes en nosotros de una u otra manera, seguro que no te suenan ajenas estas frases: “Eres muy quejica, tienes que hacer las cosas sin rechistar”, “Eres un desastre con tus cosas”, “Eres muy vago, no vas a terminar a tiempo los deberes.” Todos estos mensajes transmiten netamente una calificación de la persona: quejica, desastre, vago, justamente lo que queremos que el otro no sea. Paradoja interesante, verdad?

Sigamos recurriendo a los clásicos para ver si, junto con el Análisis Transaccional, nos aportan luz a cómo educar y auto-educarnos.

Aristóteles dice que se ha de educar para la vida, y que la educación es un problema que pertenece radicalmente al ámbito de la ética. El AT considera que vivir plenamente se logra cuando se alcanza la autonomía. Para Berne el logro de la autonomía se manifiesta por la liberación o recuperación de tres capacidades: la consciencia, la espontaneidad y la intimidad. Más tarde, Carlo Moiso añadió a éstas la ética.

  • Ser consciente implica vivir en el “aquí y ahora”, diferenciando lo que es objetivo (lo que es) de lo subjetivo (lo que he aprendido o lo que quiero que sea) (Adulto).
  • La espontaneidad se relaciona con la expresión de los pensamientos, los sentimientos, las emociones y las necesidades de uno mismo (Niño).
  • La intimidad es la capacidad de abrirnos a otra persona, compartiendo libremente nuestro pensar, sentir y actuar (PAN).
  • La ética o capacidad de elegir actuar en cada contexto respetando los propios valores asumidos (Padre).

En Aristóteles la ética se fundamenta en:

  • La vida es fundamentalmente actividad, “la vida es praxis” (lo que hacemos).
  • Todo lo que hacemos tiene que tener un fin: la vida buena.

Luego educar para la vida es educar para el bienestar o felicidad. La felicidad consiste en un modo de vida adecuado al ser humano, digno y satisfactorio. Como este fin, la vida buena, puede ser relativo y subjetivo para cada persona, Aristóteles busca una herramienta fiable para que nos sirva de medida, y dice que lo característico del ser humano es la inteligencia, la razón, y por tanto, la forma de vivir específicamente humana consistirá en vivir racionalmente (Adulto). Es el Adulto por tanto el que debe de encontrar este modo adecuado de vida.

Sigue afirmando que hay en el ser humano una parte racional, la razón o entendimiento, cuya función es el conocimiento (Adulto), y hay además una parte irracional, aquella que corresponde a las pasiones y a los apetitos (Niño). Esta parte, aun siendo de suyo irracional, puede, sin embargo, «obedecer» a los dictados de la razón.

Por tanto, para el ser humano «vivir racionalmente» tiene una doble vertiente:

  • como aspiración más elevada, vivir racionalmente consistirá en cultivar el conocimiento, en ejercitar la actividad intelectual; (Desarrollar el Adulto)
  • vivir racionalmente consistirá en acomodar los deseos y las pasiones a los dictados de la razón. (Padre: proteger y contener al Niño)

El Adulto por tanto debe de educarse intelectualmente mediante el aprendizaje y el razonamiento. Para educar las pasiones y apetitos (Niño), Aristóteles propone una educación moral (Padre) que se llevará a cabo mediante la formación del carácter (Padre).

Siembra un pensamiento (Adulto) 
y recogerás un deseo (Niño),
 siembra un deseo (Niño)
 y recogerás la acción (Adulto),
 siembra la acción (Adulto)
 y cosecharás una costumbre (Padre),
 siembra la costumbre  (Padre)
y segarás el carácter (Padre). 
Tihamer Toth

Sigue diciendo Aristóteles que las pasiones y las emociones (Niño), al contrario que en los animales, en el humano no están reguladas por el instinto. El humano debe de aprender a regularlas y son los hábitos morales o virtudes del carácter (Padre) los que pueden hacer los ajustes adecuados, para que las reacciones emocionales y conductuales se sitúen en el «término medio».

«La virtud ética (Padre) —dice Aristóteles— se refiere a las acciones (Adulto) y a las pasiones (Niño), y en éstas se da el exceso, el defecto y el término medio».

La virtud aristotélica, es la fuente de las mejores acciones (Adulto) y pasiones del alma (Niño); es capaz de disponernos a realizar los mejores actos y a obrar bien y siempre mejor, de acuerdo con la recta razón que es elegida desde una disposición intelectual denominada prudencia; encargada de unir el conocimiento (Padre) y la acción (Adulto). Además la virtud tiene que ver también con los placeres y con los dolores (Niño): «si las virtudes se refieren a las acciones y a las pasiones, y toda acción y toda pasión van seguidas de placer o de dolor, por esto mismo la virtud se ha de referir a los placeres y dolores»  por tanto «La virtud moral (Padre) se refiere, ciertamente, a los placeres y dolores (Niño). En efecto, por causa del placer hacemos lo malo y por causa del dolor nos apartamos de lo bueno. De ahí la necesidad de haber sido educados de cierto modo ya desde jóvenes, como dice Platón, para poder complacerse y dolerse (Niño) con las cosas que conviene (Adulto). En esto consiste, en efecto, la buena educación (Padre)»

La educación moral (Padre) tiene como objetivo, por consiguiente, ajustar de manera adecuada estas tres escalas de modo que nuestras acciones, nuestras reacciones emocionales y nuestra experiencia de placer y dolor se sitúen en el punto adecuado, en concierto y coincidencia con lo marcado en la escala del bien. O dicho desde nuestro lenguaje transaccional, el Padre tiene como objetivo proteger y  cuidar del Adulto y el Niño mediante los hábitos y el carácter.


Puesto que “el bien” no es un término absoluto identificable por todos de la misma manera, esta tarea le corresponde a la «prudencia» (Adulto), es decir, al discernimiento moral (Adulto) (juicio por cuyo medio percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas), a la parte racional en su dimensión práctica (Adulto). En su definición vemos que Aristóteles adjudica la prudencia, el discernimiento moral y a la razón práctica al Adulto. Y distinguiremos aquí el discernimiento moral como función del Adulto y la educación moral como función del Padre, una vez que el Adulto ha elegido lo apropiado en la escala del bien desde el conocimiento y la acción y ha promovido la formación de hábitos. 

Será después, cuando el  Adulto mediante la prudencia haya identificado el “bien” en la escala de lo bueno, cuando el Padre, formado por los hábitos, acompasará al Adulto y al Niño: “A la razón (Adulto) le corresponde, pues, fijar los puntos adecuados en la escala de lo bueno, y a la educación moral, mediante la formación de los hábitos (Padre), le corresponde acompasar el resto de las escalas (acciones, pasiones, placer y dolor) a los puntos fijados (por el Adulto) en la escala de los bienes.



En el arte de acompañar o educar, dice Aristóteles los tres factores que influyen son «la naturaleza, el hábito y la razón». La naturaleza nos viene dada (Niño), entonces nos queda considerar si la educación ha de comenzar por la razón (Adulto) o por el hábito (Padre). Ambos deben estar entre sí en la mejor armonía, pues es posible que la razón no atine con el mejor objetivo y que los hábitos produzcan un extravío semejante. Considera que la razón y la inteligencia (Adulto) son el fin de la naturaleza (Niño), de modo que a ellas deben ordenarse la generación y la formación de los hábitos (Padre). O dicho de otra manera más transaccionalista, el Adulto debe gestionar la creación y formación del Padre. 

La razón (Adulto), sin la voluntad (deseo-motivación en el Niño) no funcionará ni creará hábito ni carácter (Padre), dice Aristóteles, apuntando ya la necesidad de sinergias entre los tres estados del Yo tanto en el educando como en el educador.


En niño no puede atender a razones hasta determinada edad, por tanto Aristóteles sugiere que se debe empezar su educación por la formación de los hábitos (no olvidar que han sido elegidos por el Adulto del educador) para posteriormente, y en la medida de lo posible, reforzarlos por medio de la razón cuando su Adulto esté desarrollado. 

«El llegar a ser buenos (buena vida) piensan algunos que es obra de la naturaleza (Niño), otros que del hábito (Padre), otros que de la instrucción (Adulto). En cuanto a la naturaleza (Niño), es evidente que no está en nuestras manos, sino que por alguna causa divina sólo la poseen los verdaderamente afortunados; el razonamiento y la instrucción (Adulto) quizás no tienen fuerza en todos los casos, sino que requieren que, como la tierra destinada a alimentar la semilla, el alma del discípulo haya sido modelada previamente por los hábitos (Padre) de modo que se deleite y aborrezca debidamente (Niño), pues el que vive según sus pasiones no prestará oídos a la razón que intente disuadirle, ni aun la comprenderá (Contaminación del Adulto), y al que tiene esta disposición ¿cómo persuadirlo para que cambie? En general, la pasión (Niño) no parece ceder ante el razonamiento, sino ante la fuerza. Es preciso, por tanto, que el carácter sea de antemano apropiado de alguna manera para la virtud, y ame lo noble y rehúya lo vergonzoso» (X 9,1179b20-31) Ética a Nicómaco

Quizás, en el pasado, una interpretación inadecuada de Aristóteles llevó a aplicar y a resaltar el uso de la fuerza y producir la vergüenza como forma de educar, obviando la primera recomendación de Aristóteles de forjar un carácter apropiado a la virtud, que ame (Niño) lo noble (Padre).


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