Había una vez...
Había una vez una niña llamada Luna. Luna era una niña muy especial, con ojos brillantes como la luna en una noche despejada. Sin embargo, Luna tenía una preocupación en su pequeño corazón: no era tan alta como sus compañeros de clase.
Un día, en el colegio, una niña llamada Estrella comenzó a burlarse de Luna por su estatura. Estrella era alta y siempre estaba rodeada de amigos que la seguían como si fueran estrellas fugaces. Luna se sintió triste y pequeña, como si estuviera a punto de desaparecer en la oscuridad.
Al llegar a casa, Luna le contó a su yaya Rosa lo que le había sucedido. Yaya Rosa, con su sabiduría y una sonrisa cariñosa, le dijo: “Querida Luna, las opiniones de los demás son como el viento que viene y va, pero las caricias que importan son aquellas que vienen desde adentro.”
Yaya Rosa tuvo una idea maravillosa para ayudar a Luna a sentirse mejor consigo misma. Le pidió que comenzara a anotar en una libretita los piropos, cumplidos y todas las cosas buenas de ella que la gente le había dicho. Luna aceptó el desafío de su yaya y, día a día, empezó a anotar todas las cosas hermosas que le decían.
Muy pronto, Luna tenía una colección de caricias escritas en su cuaderno. Había piropos sobre su creatividad, cumplidos sobre su amabilidad, elogios sobre su valentía y admiración por su interés en aprender. Luna se dio cuenta de que no necesitaba ser alta como un árbol para ser especial; ya lo era por todas las cosas maravillosas que la gente veía en ella.
Un día, en el colegio, Estrella volvió a burlarse de Luna. Pero esta vez, Luna no se sintió tan pequeña. En lugar de dejarse llevar por las palabras hirientes, sacó su cuaderno de caricias y comenzó a leer todas las cosas positivas que había recopilado.
Al escuchar las palabras hermosas que otros le habían dicho, Luna sintió un resplandor en su interior. Se dio cuenta de que no importaba lo que dijera Estrella ni lo alta que ella fuera; Luna estaba llena de cualidades únicas y especiales.
A medida que Luna mostraba su cuaderno a sus amigos y amigas, ellos y ellas también comenzaron a notar las cosas increíbles que hacía o veían en ella. Pronto, todos en el colegio querían tener su propio cuaderno de caricias.
Y así, querida Luna, aprendió la valiosa lección de que las caricias que importan son las que vienen desde adentro, las que nos recuerdan lo increíbles que somos, independientemente de lo que piensen los demás.
La moraleja de esta historia, pequeña Luna, es que tú eres como una estrella brillante en el cielo, con cualidades únicas y especiales. Aprende a valorarte a ti misma y a enfocarte en las caricias que de verdad importan. No importa lo que diga Estrella ni lo alta que sea; eres valiosa tal y como eres. Y recuerda, las caricias más importantes son aquellas que te das a ti misma cada día. ¡Brilla, Luna, brilla con todo tu esplendor!