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El adulto Integrado y la Inteligencia Emocional

La integración armonizada de los tres sistemas P.A.N. (PADRE, ADULTO y NIÑO) es lo que en A.T. se denomina ADULTO INTEGRADO. Es cuando el SISTEMA ADULTO hace las veces de director de orquesta, pero sin imponerse, únicamente a modo de coordinador; deja actuar al NIÑO con toda su inventiva, sus sentimientos creativos, que sean positivos y constructivos, teniendo siempre en cuenta la “voz de la conciencia” que aporta el PADRE, lo culturalmente asimilado, los derechos y deberes, lo que concede la dignidad, en definitiva coordinar los tres estados del yo de manera flexible, armónica y adecuadamente adaptada a las situaciones de la vida. Sería el sombrero azul definido por Bono
Una persona cuando desarrolla su Adulto Integrado, se comporta de manera que tiene en cuenta y cuida adecuadamente sus necesidades y deseos, sus emociones, sentimientos e ilusiones. Tiene en cuenta de manera realista los datos y circunstancias de las situaciones, los efectos y consecuencias de sus decisiones, de sus actos y el impacto que tendrán estos en su entorno y las personas a su alrededor. Se dirige a alcanzar sus propios objetivos y tiene en cuenta sus propios criterios, valores, ética y respeta los de los demás.
Habitualmente entramos en constantes contradicciones entre lo que “debemos hacer” y “deseamos hacer”, son las contradicciones entre el Estado Padre y el Estado Niño del Yo. El estado Padre y el estado Niño están en continua interacción y con frecuencia quieren cosas diferentes: “Quiero llamar a tal persona pero no debería”… “Quiero cambiar de trabajo y mis razones se oponen”.

Francisco Massó, sintetizando ideas de diversos autores, habla del Adulto integrado o A3 como de:

• Un estado que amplía la conciencia, integrando todos los recursos del yo, cuyo empleo acomoda a la situación presente.
• Su saber es un saber de phrónesis, de prudencia, es un saber pertinente que se acomoda a la circunstancia presente, que va dando sentido a la totalidad de la vida.
• Sabe lo que sabe y tiene y qué orientación ha de darle a su realidad inmediata, es decir, en su conducta, en sus acciones del día a día, con proyección de futuro.
• Éste es el estado del proyecto de vida, que para ser real tiene que concretarse en el quehacer cotidiano (Massó, 2007, p. 106).
La inteligencia emocional estaría representada por este Adulto integrado, capaz de resolver estas contradicciones aparentes. Esto pasa, entre otras habilidades, por conocer el lenguaje de las emociones y sus mensajes.
Ciertas emociones nos informan de lo que “tenemos”, como la alegría, la gratitud, la confianza o la solidaridad, y naturalmente son emociones agradables. Otras nos informan acerca de algo que nos “falta”, como la tristeza, el miedo, la envidia o la culpa.
Las últimas son, sin lugar a duda, dolorosas y por una confusión respecto a ellas las solemos llamar “negativas”, cuando en realidad no lo son. Por el contrario, todas las emociones dolorosas son valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento. Por ejemplo, la envidia se define como un agudo dolor que es activado por la percepción de alguien que ha alcanzado algo que deseamos y no tenemos y que nos remite a nuestros propios deseos insatisfechos.
En este sentido podemos comparar a cada una de las emociones con la luz roja del salpicadero del automóvil que se enciende y nos indica que queda poca gasolina. Sin duda es desagradable y eventualmente doloroso encontrarse con la luz roja, sobre todo si estoy en medio de la carretera y desconozco dónde está la próxima gasolinera. Pero es necesario distinguir que el problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: la falta de combustible.
Si tenemos en cuenta esta finalidad de orientación de las emociones, podríamos decir que tienen diferentes funciones:
MIEDO: tendemos hacia la protección, nos advierte de un peligro.
SORPRESA: ayuda a orientarnos frente a la nueva situación.
AVERSIÓN: nos produce rechazo hacia aquello que tenemos delante.
IRA: nos induce hacia la destrucción.
ALEGRÍA: nos induce hacia la reproducción (deseamos reproducir aquel suceso que nos hace sentir bien).
TRISTEZA: nos motiva hacia una nueva reintegración personal.
Los diálogos internos entre los Estados del Yo nos han hecho creer de forma errónea que entre mente y emociones existe un antagonismo natural. A la conocida frase de “El corazón tiene razones que la razón no entiende podríamos añadirle…a no ser que la persona tenga un desarrollado Adulto integrado o sea inteligente emocional”. Y esta conclusión errónea de la incompatibilidad de razón y emoción  anula el poder positivo de las emociones. Al desconocer la utilidad de la emoción la tratamos como parte del problema y las suprimimos o las dominamos. Por ejemplo, estoy en una reunión con mis clientes , me siento triste y tengo ganas de llorar. El Padre Crítico dice: “¡cómo vas a llorar aquí… estás loco…! Eres un flojo… déjate de tonterías y presta atención a lo que dicen!”.
Sin embargo, el uso de Adulto Integrado nos permitiría utilizar los mensajes del Padre y del Niño para encontrar la complementariedad. La función del Adulto es precisamente esa, coordinar y posibilitar las emociones. Por ejemplo en la situación anterior el Adulto diría: “Llorar aquí podría complicar más las cosas. Y como es necesario que exprese mi tristeza ante este hecho (situación, decepción, cambio, etc) iré cuanto antes a un lugar protegido para la poderla expresar” . De este modo, Padre, Adulto y Niño se alinean y se complementan.
El Adulto reconoce la realidad del impulso emocional y lo respeta, evalúa las condiciones externas y sobre esa base propone algo. Propone pero no ordena, como lo haría el Padre Crítico.
Cuando padecemos una emoción dolorosa crónica eso nos indica que el Adulto no está teniendo en cuenta las necesidades del Niño (su emoción) . Por ejemplo, si tratamos siempre de reprimir nuestra tristeza porque creemos que “tenemos que” parecer firmes y seguros, estaremos anulando la emoción porque no coincide con nuestra autoimagen, perderemos todo el mensaje de la emoción y no podremos hacer su catarsis.
Nosotros somos tanto nuestros sistemas de valores, creencias y normas (Padre), datos del entorno y destrezas (recogidos por el Adulto), como nuestras emociones (Niño). Nuestra salud psicológica dependerá de las relaciones complementarias positivas que establezcamos entre ellos.
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