“ Los cuentos de hadas, siguiendo el mismo proceso que la mente infantil, ayudan al niño porque le muestran la comprensión que puede surgir y, de hecho surge, de toda esta fantasía. Estas historias, al igual que la imaginación del niño, empiezan normalmente de una manera realista: una madre que envía a su hija a visitar a la abuela («Caperucita Roja»); los problemas de una pareja para dar de comer a sus hijos («Hansel y Gretel»); un pescador que intenta, en vano, atrapar
algún pez («El pescador y el genio»). Es decir, el relato comienza con una situación real y, de alguna manera, problemática.
Un niño, enfrentado a los problemas y hechos sorprendentes de cada día, es estimulado por su educación a entender el cómo y el porqué y a buscar salidas válidas a estas situaciones. No obstante, puesto que su racionalidad tiene todavía poco control sobre su inconsciente, la imaginación del niño lo domina bajo la presión de sus emociones y conflictos no resueltos. Cuando surge su capacidad de razonamiento, se ve pronto invadida por ansiedades, esperanzas, temores, deseos, amor y odio, que se entrometen en todo lo que el niño empieza a pensar.
El cuento de hadas, aunque pueda chocar con el estado psicológico de la mente infantil —con sentimientos de rechazo cuando se enfrenta a las hermanastras de Cenicienta, por ejemplo—, no contradice nunca su realidad física.
Es decir, un niño nunca tiene que sentarse entre cenizas, como Cenicienta, ni es abandonado deliberadamente en un frondoso bosque, como Hansel y Gretel, porque una realidad física similar sería demasiado terrorífica para el niño y «perturbaría la comodidad del hogar», mientras que el hecho de dar este bienestar es, precisamente, uno de los objetivos de los cuentos.
El niño que está familiarizado con los cuentos de hadas comprende que éstos le hablan en el lenguaje de los símbolos y no en el de la realidad cotidiana.
El cuento nos transmite la idea, desde su principio y, a través del desarrollo de su argumento, hasta el final, de que lo que se nos dice no son hechos tangibles ni lugares y personas reales. En cuanto al niño, los acontecimientos de la realidad llegan a ser importantes a través del significado simbólico que él les atribuye o que encuentra en ellos.
Al igual que en los cuentos, nuestro inconsciente nos lleva a los tiempos más lejanos de nuestras vidas. Los lugares más extraños, remotos, distantes, de los que nos habla el cuento, sugieren un viaje hacia el interior de nuestra mente, hacia los reinos de la inconsciencia y del inconsciente.
Los cuentos muestran al niño cómo puede expresar sus deseos destructivos a través de un personaje, obtener la satisfacción deseada a través de un segundo, identificarse con un tercero, tener una relación ideal con un cuarto, y así sucesivamente, acomodándose a lo que exijan las necesidades del momento. En definitiva, como externalizar sus procesos internos.
El niño podrá empezar a ordenar sus tendencias contradictorias cuando todos sus pensamientos llenos de deseos se expresen a través de un hada buena; sus impulsos destructivos a través de una bruja malvada; sus temores a través de un lobo hambriento; las exigencias de su conciencia a través de un sabio, hallado durante las peripecias del protagonista, y sus celos a través de un animal que arranca los ojos de sus rivales. Cuando este proceso comience, el niño irá superando cada vez más el caos incontrolable en que antes se encontraba sumergido.
En la «Caperucita Roja», la bondadosa abuela sufre una repentina sustitución a manos del lobo feroz que amenaza con destruir a la niña. Es una transformación totalmente inverosímil si la miramos objetivamente, incluso aterradora; podemos pensar que esta transformación es un susto innecesario, contrario a toda realidad posible. Pero si la observamos de la misma manera que el
niño la experimenta, ¿es, acaso, más aterradora que la transformación repentina de su propia abuela bondadosa en una figura amenazadora para su sentido del yo, cuando le humilla por haberse ensuciado los pantalones? Para el niño, la abuela ya no es la misma persona que era un momento antes; se ha convertido en un ogro. ¿Cómo puede una persona, que era tan amable, que traía regalos y que era más comprensiva y tolerante que su propia madre, actuar
repentinamente de una manera tan radicalmente distinta?
Incapaz de ver una congruencia entre las diferentes manifestaciones, el niño experimenta, realmente, a la abuela como dos entidades separadas: la que lo quiere y la que lo amenaza. Es, en realidad, la abuela y el lobo. Al hacer esta división, por decirlo de alguna manera, el niño consigue preservar la imagen de la abuela buena. Si ésta se convierte en un lobo —cosa que no deja de ser,
ciertamente, aterradora—, el niño no necesita comprometer la idea de bondad de la abuela. En cualquier caso, el cuento mismo le dice que el lobo es sólo una manifestación pasajera; la abuela regresará victoriosa.
Del mismo modo, la madre, aunque sea protectora la mayor parte del tiempo, puede también convertirse en la madrastra cruel si es tan mala como para negarle a su hijo algo que éste desee.
Lejos de ser un mecanismo usado sólo en los cuentos, esta disociación de una persona en dos, para conservar una imagen positiva de ella, es una solución que muchos niños aplican a una relación demasiado difícil de manejar o comprender. Con este mecanismo se solucionan inmediatamente todas las contradicciones.
El cuento sugiere la manera en que el niño tiene que manejar los sentimientos contradictorios que, en otras circunstancias, le obsesionarían al nivel en que empieza a ser incapaz de integrar emociones opuestas. La fantasía de la madrastra cruel no sólo conserva intacta a la madre buena, sino que también evita los sentimientos de culpabilidad ante los pensamientos y deseos que el niño tiene frente a ella; una culpabilidad que podría interferir seriamente en la buena relación con la madre.
Mientras que el cuento nos avisa, de un modo realista, de que el ser dominado por la cólera o por la impaciencia nos producirá problemas, nos asegura también que las consecuencias son sólo temporales, y que la buena voluntad o las buenas acciones pueden reparar todo el daño de los malos deseos. Hans el erizo ayuda a un rey, que se ha perdido en el bosque, a volver sano y salvo a casa. El rey promete concederle, como recompensa, a su única hija. A pesar del aspecto de
Hans, la princesa cumple la promesa de su padre y se casa con Hans el erizo.
Después de la boda, en el lecho nupcial, Hans toma, por fin, su forma humana completa, y hereda el reino. En «Los siete cuervos», la niña, que era la causa inocente de que sus hermanos se hubieran convertido en cuervos, viaja al fin del mundo y hace un gran sacrificio para deshacer el hechizo. Todos los cuervos recobran su forma humana y todos vuelven a ser felices.
Cuando escucha un cuento, el niño recoge ideas sobre cómo poner orden en el caos de su vida interna. El relato sugiere no sólo el aislamiento y la separación, por parejas de contrarios, de los aspectos dispares y confusos de la experiencia infantil, sino también su proyección en distintos personajes. Incluso Freud llegó a la conclusión de que la mejor manera de contribuir a poner orden en el caos increíble de contradicciones que coexisten en nuestra mente y vida interna, es mediante la creación de símbolos para cada uno de los aspectos aislados de la personalidad. Los denominó ello, yo y super-yo. Si nosotros, como adultos, tenemos que recurrir a estas entidades separadas para ordenar nuestras experiencias internas, es lógico que el niño lo necesite en mayor medida.
Actualmente, los adultos usamos términos como ello, yo, super-yo y yo (Padre, Adulto y Niño) ideal para separar nuestras experiencias internas y captar mejor su contenido. Por desgracia, al hacerlo, hemos perdido algo que es inherente a los cuentos de hadas: la conciencia de que estos símbolos son ficciones, útiles únicamente para ordenar y comprender los procesos mentales”
Extraido del libro.
De ahí que los guiones dramáticos podrán analizarse en base a la estructuración y análisis de los personajes de estos cuentos que nos sirvieron para convivir con la contradicción interna y que ahora seguimos utilizando de forma infantil, por no “poder” hacer la integración adulta.