Sentirme atacado significa que interpreto los hechos, palabras o intenciones como un asalto violento y agresivo hacia mi. Las personas que se sienten a menudo atacadas percibirán el ataque incluso aunque no se esté produciendo.
Desde el AT , la persona que se siente atacada interna o externamente activará su Niño Sumiso o Rebelde. Su cuerpo se preparará ante el ataque, bien para huir o paralizarse o bien para atacar. Ante la amenaza nuestro cuerpo segregará hormonas, como cortisol, y neurotransmisores, como epinefrina (adrenalina) y norepinefrina. El sistema autónomo activará la orden de supervivencia. El sistema simpático activará la liberación de noradrenalina que incrementará el ritmo de las contracciones cardiacas, también se desencadenará la liberación de glucosa de las reservas de energía, y junto con la epinefrina incrementará el flujo sanguíneo hacia el músculo esquelético. El suministro de oxígeno del cerebro se incrementará. La respiración se acelera. Los vasos sanguíneos periféricos se contraen para llevar más sangre donde más se necesita.
Si se intensifica nuestro nivel de estrés nuestro cuerpo reduce o incluso puede llegar a desconectar otros sistemas fisiológicos, como inmunitario, el digestivo y el reproductivo que no son totalmente necesarios para luchar o huir.
El cerebro activa el mismo tipo de respuesta fisiológica ante el peligro físico y psicológico, porque no establece diferencia.
Nuestra interpretación de la realidad va a ser definitiva en la activación de nuestra respuesta al estrés. Nuestros pensamientos son los que crean nuestra respuesta.
Pocas veces en nuestra vida diaria nos encontramos con un peligro real que amenace a nuestra supervivencia. Sin embargo nuestro cuerpo reacciona a nuestros pensamientos catastróficos como si verdaderamente nuestra vida corriera peligro aunque en la realidad nos encontremos ante situaciones banales o que se podrían experimentar de otras maneras mucho más beneficiosas.
La mayoría de las veces nuestro estrés se produce por la interpretación que automáticamente hacemos de los hechos, palabras o intenciones de los otros. Una interpretación que nuestras redes neuronales (sistemas de memorias implícitas) han ido asociando a emociones y experiencias, posiblemente infantiles, en las que el niño se sentía sin recursos.
Si mis pensamientos me llevan a sentirme víctima o atacado, bajo una creencia de que las cosas no deberían ser así, mi respuesta al estrés será automática. Nada podré hacer por detenerla. Berne definió el Estado del Niño como “un conjunto de sentimientos, actitudes y comportamientos que son reliquias de los sentimientos, actitudes y comportamientos de la infancia de un individuo.”(Berne, 1961:69).
La mayoría de estas respuestas automáticas emocionales Berne las denominó emociones parásitas o rackets y Dispenza las define como pensamientos y emociones de origen genético, ambiental o experimentado en la infancia y que ha creado un circuito neuronal automático e inconsciente.
El sentimiento parásito estará conectado a una serie de creencias sobre uno mismo, los demás y el mundo, y una gama de experiencias internas (o síntomas) y comportamientos observables. Cambiar o inutilizar estos sistemas neuronales tan consistentes en nuestro cerebro no es fácil, pero como la neurociencia está demostrando es posible gracias a la plasticidad neuronal.
Se trataría de crear nuevos conexiones neuronales más útiles, beneficiosos y coherentes con la realidad actual, de manera que estos nuevos circuitos puedan activarse desactivando o desplazando a los antiguos. Al crear nuevas redes neuronales y fortalecerlas con nuestro pensamiento, dándoles prioridad, de forma regular, las redes que dejamos de utilizar tienden a desaparecer.
Aquello en lo que pensamos y en lo que concentramos nuestra atención con más frecuencia es lo que nos define. A escala neuronal el lado derecho del cerebro es el responsable de procesar la novedad cognitiva, las nuevas ideas que, cuando ya están memorizadas, cuando se convierten en familiares, pasan al lado izquierdo del cerebro. Es lo que conocemos como rutina cognitiva o lógica.
El encargado de hacer esta tarea es el Estado Adulto. Un Adulto observador, neutro, que reconoce opciones, con capacidad de elección, informado, que toma decisiones y construye nuevas estructuras de pensamiento. Estas nuevas estructuras de pensamientos o rutina cognitiva va a generar una nueva respuesta fisiológica, nuestro cerebro producirá una respuesta química nueva.
Cada pensamiento produce un químico que está emparejado con un sentimiento en tu cuerpo. Esencialmente, cuando elaboras pensamientos de felicidad, de inspiración, o pensamientos positivos, tu cerebro elabora químicos que te hacen sentir inspirado, regocijado, y elevado. Por ejemplo, cuando te anticipas a una experiencia que es placentera, el cerebro inmediatamente segrega un neurotransmisor químico llamado dopamina, que enciende al cerebro y cuerpo en anticipación de esa experiencia y que causa que tú comiences a sentirte excitado.
Si tienes odio, enojo y sentimientos de baja estima, el cerebro también producirá neuropéptidos, ante los que el cuerpo responderá , así como, se verá alterado tu estado de conciencia.
Se ha realizado un estudio muy interesante en Japón, con enfermos dependientes de la insulina tipo II, que mostraba cómo los enfermos sometidos a programas de comedia (risas) normalizaban su nivel de azúcar en sangre sin necesidad de insulina. Veinticuatro genes activados sólo por el hecho de reírse. Los genes son igual de plásticos que nuestro tejido neuronal.
Las emociones y los sentimientos son el producto final, el resultado de nuestras experiencias. Si no hay experiencias nuevas o vividas de otra manera, vivimos siempre actualizando sentimientos pasados. Se trata del mismo proceso químico una y otra vez. Porque el pensamiento crea el sentimiento, y después el sentimiento crea pensamiento, en un continuo ciclo.
¿Qué sentimiento tengo cada día que me sirve de excusa para no cambiar?
Ya lo sabes? Bien, pero eso sólo es la casilla de salida. Conocerlo no es cambiarlo. El conocimiento es sólo lo que precede a la experiencia. Aprender una información es integrarla y aplicarla. Debemos modificar nuestro comportamiento para poder tener una nueva experiencia que a su vez creará nuevas emociones. El conocimiento es para la mente; la experiencia, para el cuerpo. Tenemos que enseñar al cuerpo lo que la mente ha entendido intelectualmente. Si seguimos repitiendo esa experiencia, se archiva en un patrón de conexiones nuevas en el cerebro, y eso permite pasar del pensar, al hacer, al ser.
Mientras, desde el Estado Adulto, aprendemos nueva información y la pensamos, la contrastamos con nuestras creencias y la analizamos, vamos cambiando nuestro cableado cerebral, construyendo una nueva mente. Una vez esa nueva mente está establecida, tenemos que empezar a pensar cómo actuarla, y ahí entra el cuerpo. Cualquier proceso de cambio requiere el desaprender y el reaprender. Recuerda, para cambiar hábitos de comportamiento, tiene que haber acción.
Sabemos que no es fácil, la constancia es primordial, la adicción a los viejos patrones de pensamiento y su respuesta química no nos lo va a poner fácil. Sin embargo, la recompensa al esfuerzo será inmensurable.